Liliana

24 de mayo de 2014

Publicado en El grito manso, revista barrial. Budge, nº 1, mayo 2014.

ENTREVISTA A LILIANA RAMÍREZ

Doña Lili, como le dicen todos en el barrio, tiene 39 años. Nació en Yuto, Ledesma, provincia de Jujuy. De muy pequeña su familia se mudó a Pichanal, en Salta, donde se crió junto a su madre y sus cuatro hermanos. "Allá se trabajaba en el campo, mi mamá cocinaba y planchaba ropa, yo siempre la ayudaba, hasta que quedé embarazada de mi primer hijo", cuenta Lili recordando aquellos años. 

A los 15 años tuvo a su primer hijo, Gabi, y a los 18 años con su segundo hijo muy chiquito, Leo, Liliana quiso probar suerte en Buenos Aires. "Todos hablaban de Buenos Aires allá. Entonces yo quería venirme. Justo me había separado de mi marido y estaba trabajando en Salta, cuando me llama mi mamá y me dice que unas chicas iban para Buenos Aires y estaban en Pichanal, que si quería que me vaya con ellas. Esa fue la primera vez que vine". Así fue que se acercó esa joven de 18 años a la Capital Federal, llena de ilusiones. Pero… "Me trajeron engañada, las chicas eran amables, llevaban ropa para los hermanos que vivían en Salta, entonces yo pensaba: ‘Qué bueno, voy a trabajar allá, me va a ir bien para darle a mi mamá, a mis hijos y ayudarlos’. Pero cuando vine acá, la realidad era otra. Miraba lo que ellas hacían y yo me asustaba, llegaba una, llamaba alguien, al rato ya tenían comida, tenían todo, pero ellas plata no tenían". 

Confundida en la gran ciudad, Lili salió a buscar trabajo y consiguió uno como empleada doméstica en la casa de un médico. Finalizando su primera semana de trabajo la fue a buscar (sin aviso) Mario, su marido, para que vuelva con él a Salta. Así fueron muchas idas y vueltas a Buenos Aires que Lili y su familia se fueron quedando de a poco en la gran ciudad de la que todos hablaban. 

"Era joven, no sabía nada de la vida y andaba rebotando de aquí para allá. Con todo lo que me pasó, siempre la peleaba sola hasta que conocí a Mario que fue el único que me quiso así", dice Liliana riéndose un poco. Cuando se instalaron definitivamente en Buenos Aires, vivieron un tiempo en un edificio tomado en Flores, en una habitación que le dieron unos primos, y pudieron armar unas humildes paredes con cajones de manzana. "Y cuando estaba embarazada de Ailén nos vinimos para Budge, a lo de mi cuñada, por la calle Montiel". 

"El 17 de Noviembre de 2008 se tomaron los terrenos. Como era todo un terreno baldío, se metían los chicos que robaban, autos que robaban. Hasta que mataron y violaron a una maestra, y se empezaron a tomar los terrenos para que se acabe la delincuencia. Yo no sabía nada hasta que un vecino me dio aviso de lo que estaba pasando". Así explica Liliana cómo fueron acercándose al terreno que tuvieron que cuidar día y noche, delimitado con unos palos y unos hilos. El tiempo fue pasando, el terreno baldío pasó a ser el Campo Tongui. "Yo no quería tomar ningún terreno, pero tampoco teníamos plata para comprar uno, ni nos daban ningún crédito", se sincera Lili, que tuvo que sobrevivir a las inundaciones y a las pestes junto a su marido y sus hijos. 

- ¿Cómo empezó el Centro Popular 17 de Noviembre? 

"Un día vinieron dos chicos de la universidad, haciendo una encuesta, pero después volvieron y me dijeron que querían ayudar a los chicos dando apoyo escolar. Yo les dije que sí. De a poco. Me acuerdo que nos sentábamos afuera con unas mesas y se daban clases de apoyo escolar, si querían ayudar nunca les iba a decir que no", recuerda Lili con una sonrisa. "Después esos dos o tres chicos que vinieron, ya eran como diez los que venían a ayudar. Hicimos de todo: hicimos locro, festejamos el día del niño, jugaron con los chicos y los ayudaron con el colegio. Sé que hace falta mucha ayuda y entendí que yo sola no lo voy a poder hacer. Todos esos sueños que he tenido de joven, van a salir, porque de joven me gustó ayudar. Tengo mis seis hijos y creo que pude hacerles bien a todos. Pero siempre pensé que cuando todos mis hijos se vayan, se independicen, voy a agarrar chicos de la calle para ayudarlos. Siempre que lo pienso me pongo mal, a veces no puedo ayudar a mis hijos y quiero ayudar a los de la calle. Pero también creo que mis hijos están bien, en cambio los que están sentados afuera no. Necesitan ese abrazo y esa contención; como yo, que no la pude tener cuando era chica. Se sabe que hay papás que tienen que trabajar y salir adelante y no es que los abandonen, sí o sí tienen que salir de la casa para no morir de hambre. Pienso que es así la vida, pero tendría que ser distinto". 

- ¿Cómo surgió lo de la feria? 

"‘¡Qué te parece Lili si hacemos una feria!’, me dijeron los chicos del Centro Popular 17 de Noviembre, que para mí son como mis hijos. Compartir todo eso con ellos es lindo”, cuenta Liliana. "Al principio, muchos vecinos no estaban de acuerdo con la feria. Ahora todos esos están en la feria vendiendo, eso me gusta". 

"La feria generó contacto con los vecinos, con los de enfrente también, fue de lo más gratificante. A veces algunos tenían una mala imagen de mí porque no me conocían. Pero ahora me conocen y es diferente. Entonces, además de comprar y vender cosas, nos podemos conocer, vernos las caras, compartir un espacio. Yo a veces no salgo a vender nada, pero estoy ahí para alentar a los vecinos, les digo que salgan y que pongan que van a vender y después me agradecen porque capaz no tenían ganas de salir y yo les di fuerza, me siento bien con eso. Antes de la feria jamás hubiese pasado que nos apoyemos entre los vecinos", se sincera Lili. 

"Ahora ando medio triste y el otro día me vió una de las vecinas y me dijo: 'Si vos podés, doña Lili, ya vas a tener tu panadería, el sueño que usted quiere lo va a tener, porque usted sí sabe pelear, nada más que cuesta…'”, confiesa Liliana entre algunas lágrimas que se escapan. 

“Entonces el otro día empecé a amasar de nuevo. Me ven los vecinos, vienen y me dicen: '¿Ve que puede, Lili?'. Eso me vuelve a dar fuerzas para seguir adelante. Acá la peleamos siempre los siete, con Mario y mis hijos, pero seguimos adelante ayudando a los vecinos”.

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